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APASIONADAMENTE

Paco palafox

Hace un par de semanas leía un libro y me llamó la atención la siguiente frase de Jean Rostand:

«Los que dicen que creen en Dios, ¿piensan en él tan apasionadamente como nosotros, que no creemos, pensamos en su ausencia?».

La pregunta se estacionó en mis ojos porque me parece muy exacta: tampoco yo he entendido jamás que se pueda creer en Dios sin sentir entusiasmo por Él.


Y siempre me ha aterrado esa especie de «anorexia o bulimia espiritual» en la que, con frecuencia, parece que vamos convirtiendo la fe que sólo con palabras presumimos tener.

¿Cómo se puede creer que Dios nos ama y no ser felices? ¿Cómo podemos pensar en Cristo resucitado y victorioso sin que el corazón nos estalle de alegría? ¿Como decir que conocemos Su amor y no llorar de la emoción o querer pasar más tiempo a Su lado?

Y es que desde mi punto de vista, la fe debe ser un terremoto, no una siesta; un volcán, no una rutina, una pasión, no un puro asentimiento, una explosión, no un desierto.


A veces me molesta la idea de que la gente que no conoce el evangelio crea con más apasionamiento en las cosas que lo rodean en el mundo, mucho más que los creyentes en las cosas de la fe.

¿Por qué un pastor predica con menos pasión o menos alegría del que sienten dos enamorados? ¿Cómo puede un teólogo hablar de Dios con menos entusiasmo que un entrenador de futbol a sus muchachos? ¿Por qué los creyentes ponen menos atención en las iglesias que en el cine? ¿Por qué dedicamos horas al Internet y a chatear y nos cuesta trabajo unos minutos de leer la Biblia y orar? ¿Es, acaso, que Dios es más aburrido que la televisión?

¡Qué difícil es, encontrar creyentes apasionados! ¡Da gusto cuando alguien te habla de su fe con los ojos brillantes, que te habla de Cristo aun sin usar las palabras y sin caer en la falsa exageración, que sin tratar de imponerte lo que habla te contagia de esa electricidad que enciende su luz interna.

Confieso que algo que me molesta de una predicación es que sea aburrida. Y no por razones literarias, sino porque todo el que aburre cuando habla es que no siente lo que dice.

Pero cuando escucho a algún cristiano que tal vez no habla del todo bien o sin mucha retórica y dice cosas poco “novedosas”, o “profundas” pero las dice con pasión, con alegría de decir lo que predica, entonces me contagia, porque yo nunca podré aceptar la fe de alguien que no es feliz con ella y mucho menos creer lo que habla.

Los profesores en los seminarios o institutos bíblicos deberían preocuparse menos de que los alumnos aprendiesen a hablar tan correctamente y animar más a los alumnos a que hablaran sonriendo, no con sonrisas de esas que se ensayan delante de un espejo, y se regalan los domingos, sino con esas sonrisas que te salen del alma porque te gusta hablar a tu gente y, sobre todo, te encanta hablarles de tu fe, a sentir lo que predican, a vivirlo.

Me gusta leer escritores que me apasionen en su apasionamiento. No importa el tema que traten, si hablan del dolor o si escriben sobre la oración, pero que las páginas y letras destilen un gozo profundo que «huela» a fe.

Uno de mis autores favoritos escribe en su ancianidad como lo haría un adolescente en las primeras cartas a su novia. Me gusta leer cosas como: «La vida, cuando se vive con Dios, es arrebatadora.» «Yo sé que nunca llegaré a saciarme de Su presencia.» «Ser cristiano es conocerlo todo, comprenderlo todo y amar a todos los hombres

Leerlo definir la muerte del ser más querido para él como «una fiesta de dolorosa alegría» o escribir que «en semana santa predomina la alegría, porque la alegría es el rasgo característico del cristiano redimido». O explicar que «Dios, frenético de amor, se hizo hombre».

O comentar así este nuestro mundo enloquecido: «Estos tiempos que nos ha tocado vivir son muy agitados; agitados de manera espléndida. Nueva vida por todas partes.»

¡Que tristeza, en cambio, los que no dejan de hablar, escribir o predicar de los sacrificios que cuesta ser cristiano, de las privaciones que impone la fe!

¿Es que puede ser un «sacrificio» amar a alguien, amar a Dios?

Claro que con frecuencia hay que tomar la Cruz; pero si la Cruz no llega a ser para nosotros una fuente de felicidad, ¿cómo podremos decir que la creemos redentora?

Imagìno a un muchacho declarándole así amor a su novia: «Yo sé que para vivir a tu lado tendrá que sacrificar muchas cosas, renunciar a muchos de mis gustos. Estaré contigo, pero quiero que llegues a apreciar el esfuerzo que eso me cuesta y lo bueno que soy haciendo tantos sacrificios por quererte y estar contigo.»

No tardaría medio minuto la muchacha en mandarlo a “volar… como las águilas”.

Y ésas suelen ser las declaraciones de amor que los creyentes le hacemos a Cristo: le amamos como haciéndole un favor y sintiéndonos geniales por el hecho de estar con Él un rato en lugar de estar «divirtiéndonos» en otro lado.

Un dios que aburre, un dios que fuera una carga, un dios que no nos llenara, ¿qué dios sería?

Y un amante que no encuentra la cima de la felicidad en estar con la persona que ama, ¿qué tipo de amante será?

La fe tiene que ser una fuente de alegría, hacer realidad esa palabra tan trillada en las iglesias, GOZO. No del gozo tonto que nos produce comer un helado o ver una película buena, sino ese otro gozo más hondo y verdadero del equilibrio interior, de un espíritu agradecido y con fe interna aun cuando por fuera las cosas no vayan nada bien, ese es el gozo apasionado y verdadero, que no depende de la circunstancia sino de el compromiso y actitud ante Él.

En la Cruz Jesús estaba lleno de heridas, pero su apasionamiento por nosotros lo hizo llegar al gozo final y completo, ese gozo de la resurrección en donde las heridas por muy profundas que hayan sido, también resucitaron.

Aunque muchos lo duden me gusta ser cristiano, me encuentro muy feliz de serlo. Pero también muchas veces me siento avergonzado de serlo tan mediocremente. Pero mi mediocridad -por grande que sea- es siempre muchísimo más pequeña que la misericordia y la alegría de Dios para conmigo, y esa pasión que Él tiene porque yo pueda un día llegar a ser lo que espera de mi, sin obligarme, sin amenazarme, simplemente animándome y amándome cuando más débil me siento.

Todas nuestros errores, nuestras tonterias, todos nuestros dolores empañan tan poco a Dios como las manchas al sol, eso es Misericordia Apasionada.

Dios siempre está ahí, brillante, luminoso, seguro, feliz, muy por encima de nosotros, pero también en nosotros, ¿No es esta suficiente razón para seguir creyendo en Él apasionadamente?


Paco palafox

Mayo 2007

3 comentarios:

Arely Valero dijo...

... vivir apasionadamente no es una carga para aquel que ama en verdad...

Esa faceta de "Paco" es la que hace reflexionar por medio de tus letras, en pocas palabras.. me encantó!

Saluditos y bendiciones!

pd. ya tengo tu videito!

Anónimo dijo...

Hoy recien conocí tu blog, y aunque este post lo escribiste hace tiempo, sé que Dios tenía preparado este post para mi. No sabes cuanto me esta bendiciendo y bendicirá tus palabras...gracias...Dios es MUY BUENO!!!!

Deboras en Acción dijo...

Que pasión inspiradora han sido tus palabras =) definitivamente Jesús es el hombre mas apasionado que conozco...el único que murió por verdadero amor, el único que cautiva mi atención...

DTB